lunes, 1 de febrero de 2010

Una de excesos

La noche transcurría con normalidad hasta un súbito anuncio: “No os vais a creer lo que nos pasó ayer”. Ante la expectante cara de un tercero y la mía propia, la anunciadora prosigue: “Íbamos por la calle, y de repente se para un furgón de los municipales delante de nosotros y van a por Endika. Maitane y yo flipando, ya estaban preparando las porras para sacudirnos. Lo metieron en el furgón y nosotras nos tuvimos que quedar fuera mirando”.

La respuesta ante nuestra lógica inquietud –¿qué habría hecho su amigo?– fue que, en realidad, Endika no había hecho nada. Fue más su madre, que permitió salir de sus entrañas a un individuo de facciones similares a las de un delincuente. Lógicamente, al encontrarse con el supuesto prófugo, la policía actuó como se espera de un ejecutor, deteniendo al sospechoso. Pero el sospechoso de verdad andaba un par de calles más arriba, mientras Endika sólo veía las paredes del furgón.

Otra historia de excesivo celo policial me vino a la mente cuando oía ésta. Allá por noviembre, una anciana esperaba al autobús en la madrileña calle de Bravo Murillo. En el mismo momento, un coche camuflado, esta vez de la Guardia Civil, iba con prisa y con la sirena encendida por dejar a unos de los detenidos en una operación contra Segi –organización juvenil abertzale ilegalizada en 2001– en la Audiencia Nacional. Al ver el vehículo, tal vez la anciana pensó: “Qué bien, con presencia policial en la calle me siento más segura”. Pero unos minutos después estaba muerta. El vehículo, con su prisa, hizo una maniobra brusca para esquivar a otro coche y se llevó por delante a la señora. Sólo un testigo, policía nacional, se dirigió a la familia para explicar lo ocurrido. Decían los familiares que los guardias civiles habrían cambiado las placas del vehículo si el policía nacional no se lo hubiera impedido.

Se supone que la presencia policial en las calles genera sensación de seguridad. Pero hay quien no la entiende y hay quien cree que seguridad significa que Jon es etarra porque si no se llamaría Juan y que ese coche que va detrás de la patrulla sin atreverse a adelantar –por lo que pueda pasar– es peligroso, cuando lo más peligroso que llevaba eran los chorizos del pueblo, y sólo para el colesterol. Con tanto celo cuesta imaginar que queden delincuentes en la calle, o que siquiera tengan la oportunidad de serlo. Pero los hay, y a algunos de los que velan por nuestra seguridad les pilla tomando café, a otros dentro del coche patrulla porque hace frío y a otros registrando vehículos “sospechosos”. No dudo de que haya una proporción de ellos a los que les pille haciendo lo que deben, pero desconozco cuál es esa proporción. Lo que sí sé es que muchas veces la seguridad no actúa en pos de la seguridad.

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