domingo, 20 de diciembre de 2009

Diferentes vías para llegar al mismo Dios


El imam aún no ha llegado y ya hay bastantes fieles en la sala media hora antes del culto. Se trataba del segundo rezo del día, uno corto, en el que los asistentes toman algo más la iniciativa. Pero éste no es el caso, porque Riay Tatary Bakry ya está presto para dirigir el culto de la mezquita Abu Bakr, también conocida como «mezquita de Tetuán». Abajo, a la entrada del edificio de tres pisos, un gran número de personas charla, compra en la carnicería anexa y los niños juegan y corren, tanto que hay que tener cuidado de no llevarse a ninguno por delante. A la entrada, dos pequeñas estanterías y el suelo alfombrado recuerdan a todo el que quiera entrar en la sala que debe hacerlo descalzo. Al lado de la puerta multitud de libros, todos en árabe, ocupan una estantería.

 
La sala de los hombres está en el primer piso, donde también están la dirección y un salón de actos en el que se está preparando una fiesta de entrega de premios de un concurso de dibujo. Muchos de los asistentes acuden al lavatorio previo al culto, para «estar más limpios ante Dios», según dice metafóricamente uno de los creyentes. Los tablones de las paredes animan a acudir a los cursos de español para hombres y mujeres, por separado. Las mujeres tienen que subir un piso más para rezar, mientras que los niños corren sin que parezca importarles la altura o superficie en la que se encuentran.

El imam comienza, mirando hacia la Meca, hacia donde está orientada la sala. Eso implica dar la espalda a la feligresía. Al tiempo que empieza a cantar, los asistentes se quedan en absoluto silencio, como si su sola voz les impidiera continuar articulando palabra y les obligara a arremolinarse lo más cerca posible del imam. Bakry canta para presentarse a Allah a sí mismo y a los fieles de su comunidad. Hace levantarse y ponerse de rodillas en el suelo como si de marionetas se tratara. Hincar las rodillas no les debe costar mucho esfuerzo dada la extrema blandura de las alfombras –colocadas transversalmente– que cubren totalmente la superficie de la sala. Los últimos creyentes se suman raudos y silenciosos a las últimas filas.

La forma de vestir del casi centenar de asistentes no es la característica de zonas orientales; el propio imam viste traje. Además, un pequeño grupo de religión no musulmana que se ha acercado a conocer el momento de oración lleva ropas puramente occidentales. Cuando el imán ha terminado su parlamento y los hombres finalizan un rezo más íntimo, comienzan a cantar juntos, tras lo cual van abandonando la sala, salvo algunos que tal vez dejaron alguna charla pendiente a la entrada del imam. Quince minutos han sido suficientes para este rezo. A eso de las cuatro de la tarde, volverán para escuchar a Bakry, que esa vez sí hablará.

En Bet-El el sentido de la celebración es distinto. No se trata tanto de acudir a un acto de culto como de reunirse con los miembros de la comunidad. El rabino Mario Sofenmacher dirigirá el culto, pero tendrá muy en cuenta la participación de todos. En esta sinagoga cada celebración es diferente según el día y la semana y hay servicio al amanecer y al anochecer.

En el mundo hay quince de millones de almas judías, pero solo la mitad lo practica. Eso sí, todo judío celebra al menos las fiestas principales. Todos ellos se reparten su visión del judaísmo a partes iguales, entre conservadores, ortodoxos y reformistas. En España, aunque el rabino Sofenmacher reconoce la dificultad de contabilizarlos, hay más de 40.000 judíos.

Muchos de ellos llegaron huyendo del antisemitismo chavista en Venezuela. Según el rabino, no hay problema por ser inmigrante y profesar una religión no tradicional en España. Dice que el país está aprendiendo a aceptar la inmigración y que le ha venido bien la llegada de gente de Europa del este, porque así a los latinoamericanos –él es argentino– no se les ve con tan malos ojos como cuando empezaron a llegar. Pese a la aceptación, el edicto de expulsión de los judíos de España, firmado por los jesuitas en el año 1492 no fue revocado hasta quinientos años más tarde por el rey Juan Carlos.

El servicio consta de una parte principal, en la que se reza el Shemá –el credo judío–, la Amidá –un rezo en silencio con los miembros orientados hacia Jerusalén– y, las mañanas de los lunes, jueves y sábados, una parte de la Torah. En la segunda parte se leen salmos y otras lecturas. El servicio se oficia en hebreo o hebreo y español; sólo determinados rezos se hacen en arameo, el que hace referencia al sacrificio de Dios, para dividir partes del servicio y en momentos de duelo.

Gracias a la creencia reformista, aquí las mujeres participan de igual manera que los hombres, incluso hay rabinas. En el caso de Bet-El, por tratarse de una comunidad reformista, el culto tiene una visión familiar. En 2010 cumplirá dieciocho años caracterizada por el rigor en las tradiciones y el reformismo en la adaptación del culto a la vida diaria.

El servicio busca la unión de la colectividad y lo demuestra cuando todos cantan los salmos, que pueden seguir con un libro que cualquier miembro ofrece al resto al comienzo. Además, como si de un profesor se tratara, el rabino inquiere a sus oyentes, que parecen no serlo tanto cuando pregunta cuántas mujeres tuvo uno de los personajes de la historia.

Al frente de la sala, el armario sagrado –Arón-Hadesh– contiene una Keter Torah –una corona– y un ejemplar de la Torah, que no se ve porque un telón o Parojet cubre el interior.

A la hora del Kibush –lo que un cristiano vería como la ceremonia del pan y el vino– Schofenmacher pide a los niños del local que dirijan el acto junto a él. También un niño que acaba de empezar el curso de preparación de la Bar Mitzva –momento, a los 13 años, en el que el niño se hace adulto–. Lo hacen con mosto para, dice el rabino, «no intoxicarlos». Cuando ellos terminan, una decorada copa de vino pasa por todo el local para que el que lo desee la pruebe. Todo varón judío debe cumplir el mitzvot, una serie de preceptos judíos.

Al finalizar el servicio, mientras todos charlan, aparecen bandejas con Jalá, el pan judío del Shabat, y después una multitud de tartas, bizcochos y demás alimentos que componen el Shalon-sudes, la comida que normalmente se hace después del Kabalat-Shabat y se sirve en la propia sinagoga, para que la charla no se haga con el estómago vacío.

Seis mil millones de personas dan para muchas visiones distintas del mismo mundo. La prueba está en que, concretamente estas dos religiones, buscan ambas un acercamiento a Dios, Allah, Yahvé o como se le quiera llamar. Unos lo hacen desde el interior, como algo más íntimo e individual, otros como una reunión de la colectividad. Unos siguen a su imam o, cuando no está, simplemente acuden a la mezquita a pedir la bendición divina, cinco veces al día. Otros se reúnen dos veces a diario, pero el día especial es el Shabat, se reúnen y cantan, rezan y charlan juntos. Pero el fin, el que espera arriba, es el mismo para todos.

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